domingo, 31 de agosto de 2014

     Buenísimas tardes, guapuras. Ya hace dos días desde la última entrada que subí y vengo a mostraros el relato que finalmente presenté para el concurso de relatos de invierno.
     Sí, de ésto hace ya bastantes meses pero más vale tarde que nunca, ¿no?
     Espero que os guste y disfrutéis de la lectura o que, por lo menos, sirva de entretenimiento por un rato, besos.
                                                         Tú y yo
     En aquella noche estrellada ella no alcanzaba a distinguir esos luceros que en el cielo se hallaban, no alcanzaba a ver más allá de sus propias lágrimas. Esos ojos azules como el mar, cristalinos, estaban hoy empapados en lágrimas. Éstas caían una tras otra sin pausa, fundiéndose con el mar que tenía a sus pies. Nada quedaba ya de ese brillo travieso y soñador que tanto llamaba la atención de su mirada. En su lugar quedaba una mirada triste, víctima de la desesperación.
    
     Hacía ya unos minutos desde que salió corriendo, sin despedirse. Atravesó la gran puerta de cristal del aeropuerto y, sin pensar en nada, sin oír aquella voz que tantas veces le había recitado poesías y cartas de amor que él mismo había escrito. En esos momentos su voz se asemejaba más a un último intento desesperado por hacerse oír, un grito desgarrador de un corazón partido.
     Unos días antes él hizo las pruebas de acceso a la universidad de Cambridge. No pensó, ni siquiera soñó, que conseguiría plaza de modo que no se tomó la molestia de comentárselo a María, su novia. Sabía que se alegraría por él pero también se entristecería cosa que él no soportaba ver. Pero esa mañana, antes de desayunar, salió a mirar el correo y, para su sorpresa, había una carta. Entre tanta propaganda y facturas alegraba saber que tenía cartas, y más ahora que no se escriben. Ya no se conoce esa incertidumbre de saber si al otro le ha llegado o no, la expresión en la cara al ver que alguien se acordó de ti.
     Al cogerla vio que tenía una dirección extranjera y la abrió con desgana pensando que sería la típica frase: "Lo sentimos, no ha accedido a la universidad de...", así siempre. Pero, para su gran asombro, al abrirla pudo ver que había accedido, y no solo eso, sino que, ¡le habían concedido una beca!
     Entró en casa, se peinó y, ya vestido, sin haber desayunado fue directo a contárselo a su novia.Llegó a su casa en apenas 10 minutos y llamó al timbre sin pensarlo dos veces, con una sonrisa en su rostro.
     María abrió la puerta en pijama, recién levantada y con un gran asombro en su cara.
     Sólo entonces, al verla, se dio cuenta de lo que iba a hacer, de que le contaría la verdad y quiso huir, dar marcha atrás, pero no pudo. Era demasiado tarde, ya había empezado a hablar. Ella lo recibió con un beso y le ofreció un café. Accedió encantado pues le vendría bien despejarse un poco antes de ver su reacción.
     Estuvieron un rato en silencio pero ésto no duró mucho pues dado el primer sorbo ella comenzó a hablar.
   
     -¿Cómo es que has venido a estas horas? Son apenas las 8:30. ¿Ha pasado algo?
     Dicho ésto a él se le esfumó la sonrisa de su rostro, lo cual aumentó la incertidumbre.
     -Pues verás, no ha pasado nada malo, pero ¿recuerdas aquella vez que hablamos de nuestros planes de futuro?
     -Sí, ¿por? Por favor cari, ve al grano.
     -Vale, bueno pues verás, resulta que hace unos días me presenté a los exámenes de acceso a Cambridge -el rostro de María empeoraba por momentos-. Pues resulta que esta mañana al despertarme y mirar el correo encontré ésto en el buzón- dijo entregándole la carta-.
    
     Ella lo mira con desgana, no se puede creer lo que está pasando; sabe que debería alegrarse por él, felicitarle, pero no puede. Tan solo piensa en que se lo ocultó y que si se va todo acabaría...
   
     -¿Cuándo pensabas contármelo? ¿Pensabas irte sin decírmelo? Mira, me alegro de que te aceptaran, es tu sueño. Pero, compréndeme Alejandro, te quiero y no me hago a la idea de no poder verte.
    
     Se acerca rápidamente a ella secándole las lágrimas que empezaban a recorrer su rostro y la besa intentando frenar el llanto.
    
     -No, no es cierto. Cómo iba a irme sin decírtelo y además, sólo he dicho que me han aceptado, aún no he decidido si irme o no. No te quiero perder...
     -No se te ocurrirá quedarte por mí y abandonar tu sueño, ¿no? Porque te doy, vamos -ambos ríen-.
     -Serás cabezota jeje. Pues, ¿qué quieres que haga?
     -¿Cómo que qué quiero? Quiero que cumplas tu sueño, que no lo abandones por mí, que hagas lo que siempre quisiste.
     -¿Te puedo decir algo? -ella asiente confusa- Eres la mejor, apesar de todo siempre has estado a mi lado e incluso ahora que me voy por un tiempo insistes en que sea feliz. ¿Cómo lo haces?
     -Serás pelota. Si lo hago es por ti, por nosotros, porque quiero que estés bien -se acerca le da un dulce beso en la mejilla-.
     -Mira, hagamos una cosa, cuando me den las vacaciones de verano, dentro de un año más o menos nos encontraremos en la playa. Allí donde nos conocimos, ¿te parece?
     -De acuerdo, a partir de que te vayas comienza la cuenta atrás.
     Así es como lo recordaba mientras miraba por la ventanilla del avión. Todo parecía haber ido bien, llegaron a un acuerdo, ¿qué ocurrió entonces?
     Después de un buen rato caminando ya se había calmado, tan solo quedaba la melancolía y el arrepentimiento porque su última conversión, sus últimas palabras antes de esperar todo un año para verse fueran esas. Ya no sería capaz de hablarle de nuevo, no tenía fuerzas.
     Ya estábamos llegando al aeropuerto y los silencios se hacían más y más incómodos. El tiempo pasaba demasiado rápido y la distancia se iba interponiendo entre nosotros. Los recuerdos se amontonaban en mi corazón y no lo aguantaba más. Aún así bajé del coche y me uní a él que ya tenía las maletas en la mano y una triste sonrisa invadía su rostro. Intentaba quedarme con su bella sonrisa, con sus ojos, su manera de hablarme como si este año que nos separaría fuese a hacer que nos olvidáramos mutuamente.
    
     Cada paso que daba ella se iba sintiendo con menos fuerzas, no aguantaría verlo partir, pero tenía que hacerlo, ella le animó a hacerlo.
     Estaba pensando cuando de repente oyó su voz y se dio cuenta de que llevaba un rato intentando hablarla.
     -Perdón cari, no me di cuenta de que me hablabas, ¿qué dijiste?
     -Nada, no tiene importancia. ¿Cómo estás?
     -Bueno, bien, ¿y tú? ¿Muchos nervios? -Dijo esbozando una falsa sonrisa e intentando cambiar de tema-.
     -Bueno, unos pocos. Pero eso no es lo importante, ¿en serio estás bien? Apenas has hablado en todo el camino y cada vez que te hablo me mandas evasivas.
     -Vale cari, en serio, déjalo.
     -¿Cómo que lo deje? ¿Qué te pasa?
     -¿Quieres saber qué me pasa? Que no puedo soportar ver cómo te vas, que sé que te olvidarás de mí, de nosotros, de nuestro futuro juntos. Que cuando llegue ese día dentro de un año la promesa de vernos ya no tendrá sentido pues tú ya no serás el mismo y me habrás olvidado. Que las personas cambian con el tiempo y también olvidan. Que 365 días es mucho tiempo para estar separados y eso cada año que pase. Es demasiado, seguro que encuentras a alguien que te haga olvidarme...
     Comienza a sollozar y mientras tanto, él no sabe qué decir, sabe bien que él también lo ha pensado pero nunca creyó que pasara de verdad. ¿Y si eso ocurriera?
     -Pero mira cariño, eso no va a pasar. Eres la persona a la cual amo, eso no se olvida de un día para otro. Te prometo que...
     En ese momento salí corriendo sin oír lo que me quiso decir, ahora me lamentaba de ello pero ya no había vuelta atrás. Quizá así él podía ser feliz allí, porque siempre se dice que la distancia es la enemiga del amor y él necesitaba centrarse en sus estudios.
     Mientras observaba el cielo pasó una estrella fugaz recorriéndolo por completo y, esperando que se cumpliera, pedí mi deseo.
     Ya habían pasado seis meses de clase, aún me quedaban otros tres más para regresar a España y arreglarlo todo. Desde que llegué a aquí llamé a María varias veces; primero todos los días y poco a poco los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. La primera vez lo contestó pero fue una conversación corta en la cual se negó a arreglarlo aunque un tono oprimido de felicidad en su voz la delataba. Lo intenté varias veces pero lo único que conseguí fue aprenderme de memoria el contestador que sonaba con su dulce voz y una negativa por su parte.
     Ya habían pasado nueve meses, exactamente lo que teníamos que esperar para vernos de nuevo. No sabía si realmente estaría allí después de todas las negativas que le había dado; en verdad no quería ser así pero si así podía pasarlo mejor olvidándome eso haría. Aún así, esperanzada y con la excusa del buen tiempo, cogí la toalla, me puse el traje de baño y me encaminé en el coche hacia la playa.
Continua en la siguiente entrada

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